miércoles, 12 de enero de 2011

Así es y así será

Artículo de Casimiro García Abadillo publicado en El Mundo*

El periodista trabaja para el diario El Mundo desde 1989

  Tienen ustedes en sus manos una reliquia. Un objeto compuesto de hojas de papel que les mancha las manos, que es difícil de leer cuando va sentado en el metro o en el autobús, y no digamos si va de pie. Y que en muchos casos le cuenta lo que ya ha oído en la radio, visto en la TV o en internet. Bill Gates anunció hace cuatro años la muerte de los periódicos de papel. Los defensores del gratis total se frotan las manos. ¡Los periódicos son el pasado, vivan los websites!


Las cifras les dan la razón a los heraldos de la Galaxia Cerf. La difusión de los periódicos de papel decae en todo el mundo, mientras que la publicidad huye a medios masivos, como la televisión. Si a esto le añadimos que vivimos en la peor crisis desde la Gran Depresión del 29, ustedes pensarán que qué hago yo escribiendo este artículo en lugar de buscar otro empleo.

En parte, somos responsables de lo que está ocurriendo. Los grandes periódicos hemos creado nuestros portales en la red, que cada día ofrecen más y mejor información. El éxito de ELMUNDO.es es un buen ejemplo. Como recordaba hace unos días nuestro subdirector de Opinión, Pedro G. Cuartango, «no es que ahora haya menos lectores, es que hay menos que pagan por leer».

En el debate que se ha producido con la Ley Sinde, hemos visto dos visiones contrapuestas. Por un lado, los que creen que a la tecnología no se le deben poner barreras y consideran tan creador al que vuelca su comentario en la red (por insustancial que sea) con Mario Vargas Llosa, cuyos libros se pueden piratear sin problemas; por otro, los que piensan que los creadores hacen un trabajo y, por tanto, tienen derecho a cobrar por él.

No falta quien sitúa en paralelo el fin de los periódicos de papel con la muerte del periodismo tal y como lo conocemos. Y ponen como ejemplo lo que está ocurriendo con Wikileaks. Ahí lo tenemos. Un medio sin ánimo de lucro que distribuye (según dicen) sus miles de documentos hackeados gratis a quien los quiera leer o redistribuir. ¿Para qué necesitamos a los periodistas?

Les voy a contar lo que está sucediendo. En Estados Unidos, por ejemplo, algunos de los grandes medios, acosados por la crisis, están cerrando corresponsalías en el extranjero y están reduciendo sus equipos de periodistas más caros (los que trabajan haciendo información política en Washington). Los medios locales se defienden mejor, naturalmente. En la televisión se da un fenómeno similar: cada vez los informativos son de peor calidad o más reducidos. Sin ir más lejos, estos días se ha anunciado el cierre de una cadena de TV dedicada sólo a la información: CNN+.

La televisión, se dice, es el negocio del entretenimiento. En la televisión, la información es como el aperitivo en una gran comilona. La radio es un magnifico medio para divulgar. Ahí están los grandes comunicadores: Carlos Herrera, Federico Jiménez Losantos, Iñaki Gabilondo, Luis del Olmo o Ernesto Sáenz de Buruaga. Pero la radio no está para dar exclusivas.

Sin embargo, la información lo es todo en un periódico. Es su alma. Las noticias, acompañadas de análisis, de documentos que las acreditan, de opiniones que las contextualizan, que piden cuentas al poder, son la esencia de los periódicos.
Les voy a citar un párrafo del trabajo Adiós a la era de los periódicos. Hola a la nueva ola de corrupción, publicado por el profesor de la Universidad de Princeton Paul Starr, el pasado mes de marzo, en The New Republic: «Los periódicos han sido hasta ahora nuestros ojos sobre el Estado, nuestra forma de denunciar los abusos privados y nuestro sistema civil de alarma. El fin de la era de los periódicos implica un cambio en el sistema político. Los periódicos han ayudado a controlar la corrupción tanto en los gobiernos como en los negocios. Las nuevas tecnologías no nos liberan de nuestras viejas responsabilidades».

Estoy seguro de que muchos se están frotando las manos ante una perspectiva en la que el periodismo, el viejo periodismo que consiste en contar historias veraces y relevantes, se muera con el papel que ya no sirve ni para envolver pescado. Felices son los que creen que las tecnologías abaratarán tanto los costes que ningún medio se podrá permitir el lujo de tener buenos profesionales a los que pagar un sueldo decente.

Pero no se equivoquen. Sé que, al otro lado, Arcadi Espada me mira de reojo. No confundo el periodismo con el periódico de papel, ni mucho menos. A mi también me resulta muy agradable el iPad.
No siento especial simpatía por las empresas papeleras, ni por las grandes rotativas, ni siquiera por los repartidores de periódicos a la salida del metro. Aunque, al contrario de lo que opinan algunos de mis colegas, creo que los periódicos de papel, si los hacemos bien, aún tienen una larga vida por delante. Mi preocupación es por el periodismo, por una profesión que corre grandes riesgos en estos momentos de confusión, frivolidad y disparate.

Podría ponerme grandilocuente y recordar que la información es un bien protegido por la Constitución. ¡Hay tantas cosas protegidas por la Constitución que son pisoteadas a diario!
Los ciudadanos son nuestro baluarte. Las personas con espíritu crítico que saben que es imposible la democracia sin prensa libre; es decir, sin periodistas independientes.

Creo, contrariamente a lo que opina la mayoría, que tenemos un gran futuro por delante. Insisto, si sabemos hacer nuestro trabajo, si no nos conformamos con llorar por nuestra triste suerte como plañideras.
Nuestro máximo responsable de Documentación, el concienzudo y puntilloso Julio Miravalls, me pasó esta semana un documento elaborado por el Nieman Journalism Lab sobre las predicciones de nuestro malhadado negocio para el próximo año.

No les amargaré las fiestas. Pero sí les diré una cosa en la que coincido con ese estudio. Cada día se valoran más los contenidos originales, las historias propias, la capacidad para sorprender a los lectores. Y eso no tiene nada que ver con la tecnología, sino con el mismo ingenio con el que Larra escribió sus artículos en pleno siglo XIX, o con la capacidad de retratar la realidad con la que Oriana Falacci o Ryszard Kapuscinski nos mostraron guerras y conflictos en todo el mundo, y con la valentía y la perseverancia con la que Bernstein y Woodward supieron tirar de un hilo que acabó con el presidente de los Estados Unidos. Así es y así será.

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